Cuando yo tenía 9 años, no eran muy habituales las clases extraescolares, como ahora, pero, en el cole nuevo, en el que ingresé ese año, sí. Había una monjita, Sor Francisca, que pintaba de maravilla y daba clases dos días en semana de 14,00 a 15,00. Cuando mi madre se enteró, se apresuró a apuntarme porque, según ella, dibujaba fatal, y, ahí me presenté un Martes muerta de la vergüenza, porque en aquellos años creía "a pies juntillas" cualquier cosa que mi madre dijera de mí.
Sor Francisca me hizo empezar de cero, dibujando con los lápices Caran´dche -es curioso como ven los niños las cosas. En aquel momento, no valoraba esos lápices, tan sólo porque eran la demostración de que estaba en el nivel más bajo de la pintura. Les sacaba punta tan a menudo y tan concienzudamente, que no había mes que a mi madre no le tocara comprarme otra cajita metálica. Sólo ahora, que los busqué con nostalgia y ahinco para enseñar a mi hijo, he visto la gran calidad de esos lápices. Y qué decir de su precio, que no sé cómo mi madre no me metió un buén castigo por tratarlos tan mal. Pero en aquel momento, yo no lo veía así y no paraba de mirar con una mezcla de envidia y admiración a aquellas compañeras que estaban en el nivel más alto, el del óleo.
En esas estaba cuando se estrenó la serie de dibujos animados "Don Quijote" en la tv, que no me perdía ningún sábado. Así fue como decidí dibujar la cara del Quijote - porque Sor Francisca nos dejaba dibujar lo que quisiéramos- y, para mi sorpresa, fue mi salto al guach - ahora llamado también témpera- y de ahí, en muy poco tiempo, al óleo junto a aquellas que yo miraba tanto.
Por mucho que Sor Francisca intentó que me quitara aquella inseguridad durante el tiempo que estuve con ella, nunca fuí capaz de sentirme a la misma altura que mis otras compañeras, siempre pensé que era mediocre y que no sabía pintar. Cuando la pintura se me complicaba, Sor Francisca intentaba que lo arreglara sóla, pero, yo, le pedía a escondidas a Anabel, que era de mi clase y a la que todas considerábamos una "portento" en pintura, que me lo arreglase. A ésto se apuntó también Susana, tambien de nuestra clase, que se sentía igual que yo. Así fue como acabamos haciendo siempre las tres el mismo cuadro, normalmente elegido por Anabel puesto que tenía que hacer el suyo y contribuir en gran medida a que el nuestro acabara bien.
Mi relación con la pintura acabó cuando acabé el colegio, convencida, en secreto, que yo no sabía pintar, ni dibujar, a pesar de las alabanzas de mi madre y hermanos cada vez que llevé un cuadro a casa ,en mi interior reconocía que carecía de mérito puesto que no estaban totalmente hechos por mí.
Muchos años después, cuando estaba estudiando la carrera de Derecho, decidí volver a intentarlo por mi cuenta porque deseaba tener un retrato de mi perra, Raisha. Comencé y se me complicó como siempre, pero ya no estaba Anabel para arreglar o acabar el cuadro. Lo dejé olvidado unos días, y a punto estuve de tirarlo, hasta que una noche volví a ello. Aquello que parecía un "churro", comenzó a adquirir forma. ESE FUE MI PRIMER Y VERDADERO CUADRO, y mi gran descubrimiento: SABÍA PINTAR Y NO LO HACÍA NADA MAL.
Desde entonces, he seguido haciendo mis "pinitos", y he realizado retratos, paisajes, flores... trabajado con pastel, carboncillo, óleo, acrílico, lapiceros ( Carand'ache por supuesto) e incluso, hace unos pocos meses, me atreví con una acuarela del Castillo de Pambre.
Ahora, hago retratos por encargo , disfruto muchísimo dibujando o pintando, de la misma forma que lo hago cuando hago una manualidad.
GRACIAS SOR FRANCISCA, porque me enseñaste todo lo que sé, todo estaba ahí, en mi subconsciente, pero mis prejuicios, la dureza con la que a menudo me juzgo, no me habían dejado ver ese "tesoro"que tenía latente y pugnando por salir. Hoy más que nunca reconozco esa gran verdad